domingo, 17 de febrero de 2013

CULTURAS ORIGINARIAS DE CHILE:RIQUEZAS Y SABIDURÍA IGNORADA (Por Gabriel Matthey Correa músico chileno)

A pesar del paso de los siglos, en Chile seguimos ignorando y/o renegando nuestros tesoros culturales más valiosos, actitud que demuestra que aún somos un país adolescente, que más nos dejamos llevar por nuestras inseguridades y complejos que por nuestras capacidades y valores genuinos. Todavía preferimos copiar antes que heredar las sabidurías adquiridas y/o crear modelos y visiones de mundo propias; preferimos seguir modas, mirar otros orígenes y destinos antes que mirar y descubrir lo nuestro. No obstante, ya entrando en la segunda década del siglo XXI, esta actitud nos debería dar vergüenza, toda vez que nuestro país insiste en continuar operando como una colonia: parece que queremos seguir siendo “los ingleses de América” y/o “los estadounidenses de Sudamérica”. De hecho, Chile ignora a Chile; ignoramos nuestras raíces y, con ello, perdemos la oportunidad de avanzar hacia un futuro profundo. Sin embargo, no hay un futuro real sin un pasado real; no hay un árbol grande, copioso y armonioso, que no tenga raíces profundas y corpulentas. El desarrollo sustentable sólo es posible si cada una de sus partes constitutivas crece proporcionalmente; de lo contrario tarde o temprano surgen descompensaciones y desequilibrios y todo se desmorona. Crecer con sentido, organicidad y proyección, exige tener una base sólida, con fundamentos y antecedentes que garanticen un proceder coherente.
En una «ventana cultural» anterior se recordó que Chile fue descubierto mucho antes que las incursiones de Hernando de Magallanes y Diego de Almagro, pues desde hace unos 12.000 a 15.000 años atrás se tiene referencia de pueblos y culturas que se asentaron y desarrollaron en nuestro territorio. Este sólo hecho da cuenta científica −antropológica− de la existencia de un «Chile profundo» que no podemos desconocer. Pero el eurocentrismo nos sigue nublando la vista e impidiendo ser nosotros mismos. Hablar de “pueblos indígenas” es hacerlo según una perspectiva europea, ya que el vocablo se refiere a pueblos originarios de “otros continentes”, exóticos, distintos al europeo. Y en nuestro caso dichos pueblos no son ni “exóticos”, ni ajenos, ni externos, toda vez que en el 80% de nuestra población corre la sangre mestiza. Sin más entonces, y aunque sea tarde, corresponde abrir la mentalidad y superar los antiguos prejuicios e ignorancias, dando paso a una comprensión más amplia y profunda de lo que somos. Asumiendo esto, hay que partir por tomar consciencia de que «Etno-Chile» está conformado por un rico y diverso mapa de culturas originarias, siendo la mapuche, aymara y rapanui las más conocidas, aunque también hayan existido otras, como la atacameña y diaguita en el norte, o la ona, yagana y kawéskar en el sur, por nombrar algunas, que hoy lamentablemente están extinguidas. Así y todo, sea como sea, este «mapa ancestral» tiene especial relevancia, pues objetivamente nos demuestra que nuestra realidad primera fue multicultural, condición inicial que nos proporciona poderosos argumentos para entender mejor la diversidad que nos caracteriza como país, lo cual significa una gran ayuda para poder avanzar en la descentralización y democratización cultural que tanto necesita Chile. En buena hora hoy, dentro del «mapa ancestral» chileno, por lo menos las culturas mapuche, aymara y rapanuí continúan con vida y cierta vigencia, aunque en condiciones muy frágiles y adversas. Ellas están allí, pujando por no sucumbir y salvarse a sí mismas. No obstante, a nivel de Estado, quizás el siglo XXI sea la última oportunidad para abrirnos e incorporar a dichas culturas explícitamente como fundamentos de la cultura chilena, lo cual implica asumirnos oficialmente como un país mestizo y multicultural. Pero cabe preguntarse: ¿qué tanto valor pueden tener tales culturas, en una época desbordada por la tecnología, la globalización, las nuevas formas de comunicación, información y conocimiento? Pareciera que sólo se trata de una cuestión nostálgica o romántica; sin embargo es mucho más que eso: La cultura occidental hace tiempo que demostró estar colapsada; los paradigmas tradicionales se cayeron y hoy el planeta Tierra sufre una seria crisis climática y ambiental, cuyas consecuencias pueden ser catastróficas. Por ello resulta urgente ampliar nuestras miradas y buscar otro tipo de experiencias y conocimientos, para repensar la cultura occidental o, definitivamente, abrirnos paso a una nueva cultura y/o civilización. Además, mirar hacia el pasado es un método científico que permite “leer las trayectorias vividas” y aprovechar mejor las experiencias y conocimientos adquiridos, tal como ocurre con la astronomía, que para poder entender la dinámica y destino del universo necesita recurrir al conocimiento de su origen. Lo propio sucede con el origen y destino de Chile, América y el planeta completo (de allí también el valor de la arqueología y la antropología). Si cada cultura es una forma de entender y relacionarse con la vida y sus secretos, entonces cada una de ellas tiene valiosos aportes que hacer para la mejor comprensión y destino de la humanidad. La vida claramente no es lineal y muchos aspectos del futuro se pueden descubrir en el pasado, pues, según la propia cosmovisión holística de los pueblos originarios, «todo está relacionado con todo». Y dentro de sus riquezas hay muchas coincidencias, debido a que sus matrices culturales se basan en la naturaleza, cuyas leyes son universales y rigen a todo el planeta. Esto explica que existan grandes similitudes y armonía entre cosmovisiones étnicas de diferentes territorios y continentes, aunque nunca hayan tenido contactos entre sí. En el caso chileno, la entrada más directa es a través de la cultura mapuche, que tiene mayor presencia y población en el territorio. Mapuche significa “gente de la tierra” y mapudungún “lengua de la tierra”. Y ya en estos dos conceptos hay una síntesis de su cosmovisión. Decir “gente de la tierra” es declarar que somos nosotros lo que pertenecemos a la tierra y no la tierra a nosotros, como ocurre en Occidente. Por ello con los mapuches es tan difícil negociar tierras, pues eso no está en su imaginario colectivo. Para ellos la tierra es un campo sagrado, imposible de transar. Hacerlo significaría renunciar a la esencia de su cultura. Por otra parte, decir “lengua de la tierra” es decir que la tierra habla, que todos los seres vivos que la constituyen lo hacen: hablan los animales, los vegetales, los ríos, las montañas. Y quizás esto parezca inverosímil pero no lo es, pues cada sistema vivo tiene sus propios códigos comunicacionales, lenguajes especiales que se pueden aprender a interpretar. Los animales lo hacen con sus ojos, lengua, cola y movimiento; el cielo con sus colores, formas de nubes y direcciones del viento; los ríos según el sonido de su flujo y transparencia del agua; los árboles con el tono, tensión y humedad de sus hojas, etc. Si venimos de la tierra (origen) y volvemos a ella (destino), la cultura mapuche nos enseña sobre un concepto de “tiempo circular”, en que el futuro se encuentra con el pasado y la muerte con la vida. Si todos los seres vivos se pueden comunicar, la cultura mapuche nos enseña sobre un concepto de “sociedad profunda”, entendida no sólo entre seres humanos sino entre los «seres vivos» en general. Si la tierra es sagrada y todo gira en torno a la vida, la cultura mapuche nos enseña un concepto de “ecología profunda”, donde el centro no es el ser humano sino la vida misma; donde la cultura no es antropocéntrica sino biocéntrica; donde lo masculino y lo femenino no son géneros contrapuestos ni competitivos, sino vitales y complementarios, que se necesitan recíprocamente. Los mapuches saben de la tierra; los aymaras del cielo; los rapanuies del mar; los quechuas del sol. Así, nuestras culturas originarias nos pueden comunicar con los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego) y sus secretos más universales. Hoy se habla mucho de la economía del conocimiento; de crear valor, sentido y contenido en todo lo que tenemos y hacemos. Reconocer a Etno-Chile, asumir nuestro «mapa ancestral» es abrirse a ello, a un país más rico, interesante y motivador de ser vivido; a un «Chile profundo», literalmente más original, con un pasado y futuro también profundos, que opta por la creación de tecnologías sanas y limpias −aprendiendo a usar mejor las energías de la tierra, el aire, el agua y el sol−, amigables con el medio ambiente, compatibles con un desarrollo sustentable y saludable. Por Gabriel Matthey Correa (Músico chileno)

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