lunes, 1 de septiembre de 2014

La exhibición de cuerpos del Llullaillaco vuelve al centro de la polémica

Mientras el Museo de La Plata cuenta con más de 8 mil piezas que no se pueden mostrar por tratarse en su gran mayoría de cráneos de aborígenes y proyecta más devoluciones a sus comunidades de pertenencia, en el país destacan que Llullaillaco, de Salta, es el caso más cuestionado.
Desde que fueron presentadas en 2004 por el Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta, los niños de Llullaillaco, también conocidos como “los niños del volcán”, se han convertido en un poderoso atractivo para los miles de turistas que visitan cada año la ciudad. Pero aunque muy apreciada para sus autoridades, la muestra es objeto de duros cuestionamientos por parte de diversas comunidades aborígenes del norte argentino que la consideran una falta de respeto a su cultura. Los cuerpos exhibidos corresponden a un niño de siete años («El Niño»), una niña de seis («La Niña del Rayo») y una joven de quince («La Doncella») sacrificados por el pueblo Inca hace unos 500 años en el contexto de una ceremonia ritual.
Así lo publica hoy en un informe especial el diario El Día, de La Plata, que destaca los pedidos para acelerar el proceso de restitución en esa ciudad, pero cita el caso de Llullaillaco como el más polémico.
A fines del año 2003, integrantes de la comunidad boliviana de Tiahuanaco visitaron el Museo de La Plata y quedaron conmocionados al descubrir los restos de uno de sus mayores en exhibición. Frente al féretro de vidrio y sin poder aceptar lo que veía, alguien improvisó unas palabras para manifestar su dolor. El episodio, registrado en un video, fue el punto de partida de un profundo cambio en el manejo arqueológico de restos humanos que sigue encontrando resistencias al día de hoy. Ocurrió que al circular por la Facultad de Ciencias Naturales, aquel video puso en marcha un fuerte debate entre docentes e investigadores que iba a terminar involucrando al Consejo Académico poco tiempo después. Por decisión de ese órgano, en septiembre de 2006, todos los restos humanos que se encontraban en salas abiertas al público fueron retirados y dispuestos en un depósito especial. En septiembre de 2006, todos los restos humanos que se encontraban en salas abiertas al público fueron retirados y dispuestos en un depósito especial Aunque el Museo de La Plata ya había recibido para entonces varios reclamos de pueblos aborígenes, el de la comunidad de Tiahuanaco resonó en un nuevo marco legal que comenzaba a ser incorporado por nuestra Sociedad: el de reforma constitucional del año 94. Además de reconocer por primera vez su existencia, esta les aseguraba a los pueblos aborígenes su participación en cuestiones de su interés. Y “qué hacer con los restos de sus antepasados es claramente un asunto de su interés -sostiene la doctora Silvia Ametrano, directora del Museo de Ciencias Naturales al explicar que “si bien en los siglos XIX y XX ningún museo les preguntó a los pueblos aborígenes si aprobaban que sus muertos fueran exhibidos públicamente, hoy se busca su consentimiento para hacerlo, algo que, en general, ninguna comunidad acepta dar”. Lo cierto es que aun cuando existe hoy un criterio generalizado en cuanto a no exhibir restos humanos sin el consentimiento de los pueblos a los que pertenecen, no hay una ley que lo impida por lo que la decisión permanece en la esfera de lo ético. Es así que mientras algunas instituciones científicas han retirado todas sus momias y restos humanos de las vitrinas, otras las exhiben como su atractivo principal. 


Un catálogo de atrocidades
Aunque ya no a la vista del visitante, el Museo de Ciencias Naturales de La Plata alberga entre 8 y 10 mil restos humanos para investigación. Se trata en su gran mayoría de cráneos de caciques, pero la “colección” abarca también esqueletos, cueros cabelludos, cerebros y orejas. Parte de esas piezas fueron saqueadas de cementerios indígenas; otras corresponden a aborígenes asesinados durante la Campaña al Desierto, o incluso a una familia entera, cuyos miembros cayeron prisioneros del Ejército Argentino y murieron cautivos en el museo de nuestra ciudad. El origen de la mayoría de esos restos es un catálogo de atrocidades cometidas en nombre de la ciencia y la civilización. Así lo sostienen entre otros los integrantes de GUIAS (el Grupo Universitario de Investigación y Antropología Social), una organización formada en 2006 por docentes de la Facultad de Ciencias Naturales de La Plata para atender los reclamos de los pueblos originarios de no exhibición y restitución de restos humanos. Como relata la antropóloga María de los Ángeles Andolfo, una de sus integrantes, el trabajo de GUIAS arrancó en la biblioteca del propio Museo en un intento por “determinar cuáles eran los restos, a quiénes pertenecían y cómo habían llegado”; y ha permitido concretar en estos años una gran cantidad de restituciones a diferentes etnias del país.
Y es que la par de los reclamos para que sus antepasados no fueran exhibidos como piezas de colección, los principales museos etnográficos de Argentina comenzaron a recibir una lluvia de pedidos de pueblos originarios para que les devolvieran esos restos. Y si bien al principio esas iniciativas carecían de un marco general para ser resueltas, en 2010 el gobierno nacional finalmente reglamentó la llamada Ley de Restitución. La primera restitución concretada en el marco de esa ley salió precisamente del Museo de Ciencias Naturales de La Plata e involucró los restos de Damiana, una nena Aché que venía siendo reclamada desde 2007 por su pueblo en Paraguay. Cómo llegó ella a nuestra ciudad y el largo derrotero de su cuerpo hasta alcanzar sepultura constituyen un doloroso ejemplo del trasfondo que encierran muchos reclamos de restitución.
INACAYAL
Tras un siglo acumulando restos humanos sin considerar que alguna vez sus descendientes podrían reclamarlos, la mayoría de los museos encuentra dificultades para dar respuesta a los reclamos de restitución. El hecho de que muchas de esas piezas no están bien identificadas y en ocasiones hasta se encuentran dispersas los obliga a realizar un proceso de búsqueda y determinación para no cometer errores, como ocurrió en la restitución del cacique Inacayal. Una de las figuras emblemáticas de la resistencia Tehuelche a la Campaña al Desierto, Inacayal cayó prisionero del Ejército y fue enviado junto a su familia a la Isla Martín García, desde donde Francisco Moreno (el director del Museo) lo rescató con los suyos para traerlos a La Plata. El grupo familiar era exhibido como una colección viva durante el día y encerrado por las noches en los sótanos. No llegaron a sobrevivir ni un año en nuestra ciudad. Fueron muriendo uno tras otro. Sus cuerpos fueron descarnados en la carpintería del Museo para exhibirlos en vitrinas; sus cueros cabelludos, disecados; sus cerebros, puestos en formol. De ahí que casi veinte años después de que los restos del emblemático cacique fueran restituidos a su pueblo, investigadores del Museo descubrieron en 2006 que otras partes suyas habían quedado olvidadas por equivocación.
Tras un siglo reuniendo restos humanos sin considerar que alguna vez sus descendientes podrían reclamarlos, la mayoría de los museos encuentra dificultades para responder a los reclamos de restitución Con todo, el hecho de que nuestro museo sólo haya podido dar respuesta efectiva a tres de los reclamos recibidos hace que tanto comunidades aborígenes como el grupo GUIAS estén exigiendo una mayor celeridad. “Si hoy tenemos una ley nacional reglamentada que dice que las instituciones deben poner los restos a disposición de las comunidades a las que pertenecen, los museos tendrían que adoptar una política mucho más activa con respecto a la restitución”, sostiene la licenciada Andolfo, quien asegura que “hay maneras de facilitar el proceso” y que el mayor obstáculo está en la resistencia de algunos investigadores a aceptar la Ley. “Actualmente hay menos resistencia de las autoridades que de algunos grupos de investigadores que no están de acuerdo con las restituciones, porque las ven como una forma de vaciamiento. 
Dicen: hoy vienen por los restos, mañana por las vasijas, en pocos años no va a haber nada para investigar. Pero la verdad es que no es así -asegura la antropóloga-. No sólo es posible sino que es necesario asumir una mirada crítica sobre las relaciones sociales que construyeron y construyen hoy en día nuestra identidad”.
Fuente: E Día - El Acople

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